miércoles, 16 de octubre de 2013

El poder de la curvatura de una línea

Una sonrisa olvidada en una hoja de papel voló soplada por un cálido viento del sur y fue a parar a sus rodillas. El anciano bajó la vista y sujetó con manos temblorosas y ojos suspicaces el pequeño trozo de papel amarillento. Aquel simple pedazo rasgado de libreta decorado con un torpe y sonriente garabato le hizo sonreir, recordando cuando era fácil regalar alegres curvaturas de los labios y esperar que fueran correspondidas. Se dió cuenta entonces de que no podía permitir que el mundo se siguiera oscureciendo, alguien tenía que abrir las nubes para permitir el paso de un brillante rayo de sol entre ventiscas de miseria. Se dió entonces cuenta de que a veces sólo basta con prender una llama para que la mecha corra de persona a persona. Y recordó que la tristeza es contagiosa, pero que una carcajada era más poderosa si se era capaz de provocarla. Y recordó también que se podía llorar de risa, y se podía reír de lo perra que era la vida, pero lo que nunca se debería poder era perder la sonrisa.

Se levantó despacio recogiendo el sombrero que descansaba a su lado y, aún sosteniendo entre sus nudosas manos el feliz garabato, emprendió su camino con un nuevo rumbo y fuerte determinación. Había tomado una decisión firme por primera vez desde hacía años. Alguien había conseguido prender en él de nuevo la esperanza, la chispa de la vida, y no quería guardársela para sí, necesitaba compartirla, transmitir lo que sólo puede transmitir una sonrisa...

No hay comentarios:

Publicar un comentario