domingo, 23 de junio de 2013

Veinte.


Veinte años. Veinte primaveras. Veinte vueltas al sol.  Parece que fue ayer cuando mi mayor preocupación era conseguir el mejor tazo, o ser la última en sobrevivir jugando al quema. Echo la mirada atrás y encuentro un enorme álbum lleno de recuerdos, experiencias, amigos, lecciones y sonrisas. Cada año una aventura, cien mil momentos para coleccionar, aprendiendo a crecer.  Todos y cada uno de ellos inolvidables, son parte de mi y de lo que soy hoy.

Me acuerdo de aquellas merendolas a base de mediasnoches en cada cumple, rodeados de bolas de colores, toboganes, Coca – Cola sin cafeína y la típica bolsita puntiaguda de chuches. Fiestas sorpresa, globos, unas palabras, vídeos de esos que te hacen simular alergia. La primera noche en la playa, puesta de sol, hogueras, algo de tarta y alcohol. Soplar las velas mientras la brisa acaricia tu cara. Amanecer con cara de locos alrededor de unas cenizas, con ojos cansados, pero con un brillo alegre de haber pasado una noche inolvidable. Aquel beso congelados entre olas, correr para no perder el autobús, brindis por un año más en la piel.  Las bromas, las anécdotas, las risas, unas bengalas  malagueñas que más tarde nos buscarían por Internet.

El tiempo pasa volando, conoces gente, unos llegan para quedarse, otros acampan por un tiempo, otros pasan de puntillas. Llegas a sitios donde jamás te hubieras imaginado que llegarías, te miras en el espejo y te preguntas cómo aquella niña perdida que no sabía qué hacer con su vida a los 15 ha llegado hasta aquí. Cómo ha conseguido sobrevivir a tantas cosas, cómo ha conseguido llegar a ser quién es. Poco a poco vas encontrando en tu reflejo una mujer que, quizás aún no tenga claro su futuro, pero sabe que si ha llegado hasta aquí va a luchar hasta conseguir lo que se proponga. Que cada año es un regalo, que hay que saber coger al vuelo cada oportunidad que te da la vida y exprimir cada suspiro que da un segundo. Que no importa no saber, lo importante es preguntar, querer aprender, poner alma y corazón en cada cosa que hagas.

Y, joder, no hay nada mejor que mirar atrás y no poder evitar una sonrisa. Porque no hay comparación a la felicidad de sentirte satisfecho con tu vida, con el rumbo donde te están llevando tus pasos. Estar a gusto contigo mismo, con quien has sido, eres y en quién te estás convirtiendo poco a poco. Me encanta ver cómo he madurado, revisar esos errores que cometí y de los que no me arrepiento, porque me han enseñado a vivir, a entender que ser feliz es una decisión, que es apreciar los detalles en las pequeñas cosas. Pero lo mejor es sentir que, a pesar de todo, en el fondo sigo siendo la misma, con esos arrebatos de locura, esa impulsividad que lleva mi vida al galope de la improvisación, esos pelos de loca y esos morros de pato. No haber perdido esa capacidad que adquirí para acabar pensando en positivo cuando todo parece desmoronarse, regalar sonrisas solo porque sí, porque me gusta ver cómo sonríen los demás, de  solucionar todo a carcajadas. Porque no hay nada como reírse hasta de la propia sombra.

Y es que sólo puedo sentirme afortunada y daros las GRACIAS.  Gracias a todos los que me habéis ayudado a ser como soy, a seguir mi camino, a no perderme en mi burbuja y devolverme un poco los pies a la tierra cuando hacía falta.  A esos que me pusieron un poco de cordura entre mis idas de olla y a los que me dieron el empujón que me faltaba para saltar al vacío cuando hacía falta que me alumbrara un poco la locura. Gracias a esos que me han dado la oportunidad de conocerlos un poquito más este año, a los que me sacaban una sonrisa cada mañana o cada noche,  con algo tan simple como un “Buenos días Gim”, un “acuchón” o un “buenas noches princesa”. Gracias a los que habéis soportado mis ataques de histeria momentánea, mi bipolaridad y mis resoples de pura ofuscación.  Por aguantar mis empompamientos y mi habilidad para meterme a soñar en mi mundo, por perdonar mis despistes (que son millones) y mi cabeza loca. Gracias a los que me escucháis y me contáis vuestros secretos, rayadas y movidas, porque no hay mayor honor para mí que tener vuestra confianza.

Gracias a los que habéis puesto patas arriba mi vida en algún momento, bajo promesas de diversión o locura. A los que, en muy poco tiempo, os habéis ganado un hueco para siempre en mi corazón. A los que me hacéis amena la monotonía de la cotidianidad con cada broma y a los que veo menos de lo que me gustaría,  pero sé que siempre puedo contar con ellos. Gracias a “los de toda la vida”, esos pesados que han estado y están año tras año, sin cansarse, creciendo conmigo. Ésos que empecé invitando al Chiki-Park,  con los que luego salté hogueras y ahora no se olvidan de llamar.


Granaínos, extremeños, almerienses, leoneses,  gaditanos, ceutenses, mallorquines, sevillanos…  Da igual de dónde, pero cada uno de vosotros aporta un color distinto a mi vida y sois especiales para mí. Y gracias por estar ahí en este cambio de década, esta quinta parte de siglo, estos veinte añazos, unos más y otros menos, pero que, sin cada uno de vosotros, no hubieran sido lo mismo.


Os quiero. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario