miércoles, 12 de marzo de 2014

Sin tempestad no hay calma.

A un día de distancia parece que el río vuelve a su cauce, aclaras tus ideas y lo ves todo con perspectiva. Te da tiempo a analizar lo más objetivamente posible la situación, recapacitar y decidir qué hacer. Siempre he pensado que los problemas después de un poco de Fito y una taza de cacao caliente dejan de parecer tan problemáticos. Y es que a veces sólo hace falta respirar hondo y dejar de aturullarse, darte cuenta de lo que realmente quieres y por qué. 

Nunca he creído que se escarmiente por cabeza ajena, sin embargo sí que pueden ayudarte a darte cuenta de las cosas, aunque a veces sean voces que suenan duras y te dicen lo que no quieres oír. Lo que vienen a ser un par de bofetadas (metafóricas) que te quiten la tontería rápido de encima. Pero también es cierto que, a veces, hay que dar rienda suelta a un corazón desbocado para después ser capaz de calmarlo y que pueda recapacitar. Dejar que saque lo que siente dentro, desahogarse, gritar. Hay que saber escuchar su indignación y esperar a que cesen los resoplidos, y será él solo el que acabe entrando en razón. 

Creo que a veces yo soy ese corazón desbocado. Me aturullo. Se me acumulan las emociones y no encuentro manera de expresarlas. Me agobio. Empiezo a construir montañas, castillos encima de la montaña, torreones, dragones y princesas de un grano de arena. Y me parece un mundo. Entonces sólo necesito una vía de escape, sacar todos esos sentimientos fuera para poder pensar con claridad. Sólo alguien que me escuche hablar rápido entre sonidos sin sentido, suspiros y resoplidos varios. Aunque ese alguien sea un teclado. Y sé que, una vez que me calme, la claridad volverá a mis ideas, la felicidad habitual a mi vida y la cordura (en la medida en la que siempre la tuve) a mi cabeza loca. 

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