Cada arruga que bordea sus ojos es una marcada huella de alegría, tristeza o preocupación. La profundidad de sus iris esconde infinidad de secretos, recovecos y una comprensión que sólo han podido ser adquiridos gracias la experiencia y el caprichoso azar encargado de regirla. Su sonrisa cansada es el reflejo de una vida, conocimientos adquiridos a base de errores y tropezones, de una fortaleza que la ha llevado a sobreponerse al paso del tiempo, las caidas y las vacas flacas. En apariencia, apenas una sombra de lo que fue, pero si eres capaz de ver más allá de sus pupilas, encontrarás un arcón lleno de recuerdos y sabiduría que bien valdría su peso en oro. Quien no quisiera poder vivir con toda esa información, sabiendo vivir la vida desde el principio, pero qué sentido tiene nuestra vida sino el hecho de aprender de cada paso, de superarnos, de ser mejores día a día. Aprender que, cuando has tocado fondo, solo puedes ir hacia arriba. Que todo lo que sube baja y que lo que más nos cuesta construir es luego lo más frágil. Y tropezar. Y levantarse a seguir intentándolo. Y seguir aprendiendo. Y seguir creciendo. Y nunca darse por vencido. Porque, después de todo, eso es la vida.
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