Veinte años. Veinte primaveras. Veinte vueltas al sol. Parece que fue ayer cuando mi mayor
preocupación era conseguir el mejor tazo, o ser la última en sobrevivir jugando
al quema. Echo la mirada atrás y encuentro un enorme álbum lleno de recuerdos,
experiencias, amigos, lecciones y sonrisas. Cada año una aventura, cien mil
momentos para coleccionar, aprendiendo a crecer. Todos y cada uno de ellos inolvidables, son parte
de mi y de lo que soy hoy.
Me acuerdo de aquellas merendolas a base de mediasnoches en
cada cumple, rodeados de bolas de colores, toboganes, Coca – Cola sin cafeína y
la típica bolsita puntiaguda de chuches. Fiestas sorpresa, globos, unas
palabras, vídeos de esos que te hacen simular alergia. La primera noche en la
playa, puesta de sol, hogueras, algo de tarta y alcohol. Soplar las velas mientras
la brisa acaricia tu cara. Amanecer con cara de locos alrededor de unas
cenizas, con ojos cansados, pero con un brillo alegre de haber pasado una noche
inolvidable. Aquel beso congelados entre olas, correr para no perder el
autobús, brindis por un año más en la piel. Las bromas, las anécdotas, las risas, unas bengalas malagueñas que más tarde nos buscarían por
Internet.
El tiempo pasa volando, conoces gente, unos llegan para
quedarse, otros acampan por un tiempo, otros pasan de puntillas. Llegas a
sitios donde jamás te hubieras imaginado que llegarías, te miras en el espejo y
te preguntas cómo aquella niña perdida que no sabía qué hacer con su vida a los
15 ha llegado hasta aquí. Cómo ha conseguido sobrevivir a tantas cosas, cómo ha
conseguido llegar a ser quién es. Poco a poco vas encontrando en tu reflejo una
mujer que, quizás aún no tenga claro su futuro, pero sabe que si ha llegado
hasta aquí va a luchar hasta conseguir lo que se proponga. Que cada año es un
regalo, que hay que saber coger al vuelo cada oportunidad que te da la vida y exprimir
cada suspiro que da un segundo. Que no importa no saber, lo importante es
preguntar, querer aprender, poner alma y corazón en cada cosa que hagas.
Y, joder, no hay nada mejor que mirar atrás y no poder
evitar una sonrisa. Porque no hay comparación a la felicidad de sentirte
satisfecho con tu vida, con el rumbo donde te están llevando tus pasos. Estar a
gusto contigo mismo, con quien has sido, eres y en quién te estás convirtiendo
poco a poco. Me encanta ver cómo he madurado, revisar esos errores que cometí y
de los que no me arrepiento, porque me han enseñado a vivir, a entender que ser
feliz es una decisión, que es apreciar los detalles en las pequeñas cosas. Pero
lo mejor es sentir que, a pesar de todo, en el fondo sigo siendo la misma, con
esos arrebatos de locura, esa impulsividad que lleva mi vida al galope de la
improvisación, esos pelos de loca y esos morros de pato. No haber perdido esa
capacidad que adquirí para acabar pensando en positivo cuando todo parece
desmoronarse, regalar sonrisas solo porque sí, porque me gusta ver cómo sonríen
los demás, de solucionar todo a
carcajadas. Porque no hay nada como reírse hasta de la propia sombra.
Y es que sólo puedo sentirme afortunada y daros las GRACIAS. Gracias a todos los que me habéis ayudado a
ser como soy, a seguir mi camino, a no perderme en mi burbuja y devolverme un
poco los pies a la tierra cuando hacía falta.
A esos que me pusieron un poco de cordura entre mis idas de olla y a los
que me dieron el empujón que me faltaba para saltar al vacío cuando hacía falta
que me alumbrara un poco la locura. Gracias a esos que me han dado la
oportunidad de conocerlos un poquito más este año, a los que me sacaban una
sonrisa cada mañana o cada noche, con
algo tan simple como un “Buenos días Gim”, un “acuchón” o un “buenas noches
princesa”. Gracias a los que habéis soportado mis ataques de histeria
momentánea, mi bipolaridad y mis resoples de pura ofuscación. Por aguantar mis empompamientos y mi
habilidad para meterme a soñar en mi mundo, por perdonar mis despistes (que son
millones) y mi cabeza loca. Gracias a los que me escucháis y me contáis
vuestros secretos, rayadas y movidas, porque no hay mayor honor para mí que
tener vuestra confianza.
Gracias a los que habéis puesto patas arriba mi vida en
algún momento, bajo promesas de diversión o locura. A los que, en muy poco
tiempo, os habéis ganado un hueco para siempre en mi corazón. A los que me
hacéis amena la monotonía de la cotidianidad con cada broma y a los que veo
menos de lo que me gustaría, pero sé que
siempre puedo contar con ellos. Gracias a “los de toda la vida”, esos pesados
que han estado y están año tras año, sin cansarse, creciendo conmigo. Ésos que
empecé invitando al Chiki-Park, con los
que luego salté hogueras y ahora no se olvidan de llamar.
Granaínos, extremeños, almerienses, leoneses, gaditanos, ceutenses, mallorquines, sevillanos…
Da igual de dónde, pero cada uno de
vosotros aporta un color distinto a mi vida y sois especiales para mí. Y
gracias por estar ahí en este cambio de década, esta quinta parte de siglo,
estos veinte añazos, unos más y otros menos, pero que, sin cada uno de
vosotros, no hubieran sido lo mismo.
Os quiero.
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