Subo las escaleras mientras el conductor echa un rápido
vistazo a mi billete y me permite el paso. Busco mi asiento, qué más da, si al
final cada uno se sienta donde quiere.
Suelto los bártulos, me acoplo. Espalda en la ventana, piernas en el asiento de
al lado. Me recuesto adormecida. Realmente me acosté tarde ayer, y hoy he
madrugado demasiado. Miro a mi alrededor, analizo el entorno.
Casi todo gente joven, estudiantes que vuelven a casa el fin
de semana. Caray, ese es realmente guapo, menudos ojos! Cada uno su historia,
su vida independiente, y a la vez todas unidas durante unas cuantas horas en un
autobús destino Granada. Miro al ecuatoriano del asiento de enfrente, habla
alegremente por teléfono mientras el chico que está al lado intenta dormir. ¿Adoptado?
¿Inmigrante tal vez? Ni idea, pero os aseguro que escucha la música bastante
alta, al menos así voy escuchando algo en el trayecto, ya que mi cabeza loca
olvidó los cascos para variar.
Al bajar de este autobús se separarán nuestros caminos, cada
uno tirará para un rincón de la ciudad, otros a pueblos, quizás me vuelva a
encontrar con alguno de ellos por la calle, pero ¿qué más da? Ni siquiera nos
percataremos de ello. El destino nos hace coincidir, nos revuelve, nos mezcla,
hace lazos, nos separa… todo completamente al azar, a merced de sus caprichos. Quizás en estos asientos surgió una historia de amor,
quizás fueron empapados con lágrimas de despedida de alguien al otro lado de la
ventana. Quién sabe. Solo sé que más historias seguirán dejando el rastro de
sus pensamientos, sus conversaciones, su música, sus vidas, su pasado en esta vieja tela de los asientos, sin
apenas percatarse de que, quizás acaban de perder la oportunidad de conocer a
la gran persona que tienen al lado…
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